Los implantes dentales son una herramienta fantástica para reponer dientes que se han perdido o que tienen un pronóstico periodontal o restaurador imposible. El objetivo final es dotar al paciente de una situación similar, o lo más parecida, a la que disfrutaba antes de haber perdido las piezas dentales.
Tenemos que diferenciar dos fases:
1ª – “Fase quirúrgica” de los implantes dentales
La primera es la fase quirúrgica, en la que básicamente se coloca un tornillo en el hueso. Es importante entender que para que se produzca la osteointegración (unión del implante al hueso) ha de pasar un tiempo suficiente (entre 2 y 6 meses según el protocolo). El protocolo quirúrgico a su vez va a depender de distintos factores, como son la calidad y la cantidad de hueso que queda tras la extracción del diente, los factores relacionados con el paciente (hábito tabáquico, presencia de enfermedades de las encías, etc) y de las características del tramo desdentado que tenemos que restaurar. El objetivo principal de este implante (tonillo) es ofrecer la posibilidad de colocar una prótesis (diente) y trasmitir al hueso las fuerzas de la masticación.
2ª – “Fase restauradora” de los implantes dentales
La segunda fase es la restauradora. Esta la podemos realizar de un modo simultáneo a la colocación del implante o diferido, una vez se ha producido la osteointegración. A su vez la fase restauradora se puede realizar empleando materiales provisionales o definitivos. Una vez más, el protocolo restaurador va a depender de la cantidad y calidad del hueso y de las características individuales de cada paciente, como son la demanda estética o las dimensiones del área desdentada. El objetivo principal de la fase restauradora es la de proveer al paciente de la prótesis dental que se atornilla o cementa a la cabeza del implante o a un pilar intermedio que colocamos entre el implante y la restauración.